La velocidad del deshielo glaciar predice la magnitud del calentamiento global

Fuente: Heraldo.es

Los glaciares se derriten a un ritmo acelerado. El hielo del Ártico, Groenlandia, la Antártida y las cumbres de las grandes cordilleras menguan a un ritmo exponencial. Esta masa helada que se va licuando se traduce en un aumento de las temperaturas y la subida del nivel del mar, lo que alimenta el calentamiento global. Lo ha comprobado de primera mano Carmen Domínguez, glacióloga y matemática que ha observado que la descarga glaciar crece sin tasa. “Hace 15 años comprobamos que entre 2003 y 2006 se duplicaron los valores de la descarga glaciar en la Antártida, que es una barbaridad”, dice la experta, ganadora del Prix Diálogo a la Amistad Hispano-Francesa 2020, junto a la paleoclimatóloga francesa Valérie Masson-Delmotte.

La matemática, por todos llamada Karmenka, nombre que le pusieron los expedicionarios de las bases rusas en la Antártida, trabaja estrechamente con el químico y geólogo Adolfo Eraso. Ambos son fundadores de Glackma, acrónimo de Glaciares, Criokarst y Medio Ambiente, una asociación científica que dispone de una red de ocho estaciones (cuatro en el hemisferio norte y otras tantas en el sur), en las que se mide el deshielo glaciar en las regiones polares. En el Proyecto Glackma se emplean aparatos de medición del flujo de agua, para cuya instalación Domínguez y Eraso se han visto obligados a descender hasta el fondo de esas temibles catedrales de hielo.

El derretimiento glaciar es un valioso indicador del calentamiento de la Tierra, pero por sí mismo es un fenómeno que acarrea otras consecuencias. El hielo que se funde es agua dulce que va a parar al mar, de modo que “cambia la salinidad de las aguas, un acontecimiento que a su vez puede transformar la cadena alimentaria e inducir la emigración de las especies”.

La glacióloga estima que para finales de siglo los glaciares habrán perdido entre el 35 y el 40% de su volumen actual. En los casos donde el hielo se hace más escaso, los bloques menguarán un 80%, algo que afectará con especial crudeza a los Alpes y los Pirineos. “Los últimos cinco años han sido los más cálidos de todos los registrados. Es muy probable que en este periodo nos encontremos con otra sorpresa muy desagradable”, asegura Domínguez, que hace precisamente un lustro no viaja a las bases de medición porque los ahorros y la financiación de que disponían Eraso y ella se han agotado.

“Hay que actuar ya”

Si hasta ahora no se ha notado más el efecto invernadero ha sido por el efecto regulador de los océanos, pero estos ya se hallan saturados de emisiones de CO2 al haber absorbido buena parte de estos residuos. No queda más remedio que actuar ya. “A los niños y jóvenes ya no les hablo de una transición ecológica. Si queremos hacer algo tiene que ser una revolución pacífica y medioambiental, pero una revolución. Con la crisis sanitaria se ha demostrado que el sistema económico y social que tenemos falla por todos los lados”.

En sus expediciones, los fundadores de Glackma han observado que, a la misma latitud en ambos hemisferios, la descarga glaciar es de 3,5 a 4 veces mayor en el Ártico que en la Antártida. Ello puede obedecer a dos causas. En primer lugar, en la Antártida el hielo está sobre la tierra y tiene un espesor medio de dos kilómetros, si bien en algunos parajes llega hasta los cuatro. En cambio, el Ártico cuenta con una superficie mucho menor y la masa de hielo flota en el mar. “El microclima que genera la Antártida es mucho más frío que el del Ártico. Pero aparte de todo eso en el hemisferio norte se encuentran más países contaminantes”.

armen Domínguez predice que dentro de diez años el hielo de la periferia de la Antártida habrá dejado de existir. En Groenlandia los bloques helados se reducirán a la mínima expresión, algo que también ocurrirá en los glaciares de montaña. Y los de Islandia es muy probable que desaparezcan.

Como lo que ocurre en un extremo de la Tierra acaba llegando a la otra punta, aunque con retraso, la península Ibérica también se verá afectada. “El sur de España se parecerá de manera creciente a las tierras más meridionales de África, mientras que el norte adquirirá temperaturas semejantes a las zonas mediterráneas”, argumenta Domínguez, cuya organización necesita entre 70.000 y 100.000 euros anuales para proseguir con las investigaciones.