Fuente: El mercurio
A los 83 años, Cedomir Marangunic es una de las eminencias de la glaciología en Chile.
En los años 60 realizó las primeras exploraciones a sitios que todavía son un reto, como
Campo de Hielo Sur, y desde entonces ha investigado la situación de estas enormes
masas glaciares que —dice— están condenadas a desaparecer. A menos que se haga algo.
Por: Sebastián Montalva Wainer.
A mediados de 1960, a Cedomir Marangunic le hicieron una oferta que no podía rechazar.
El célebre explorador inglés Eric Shipton lo estaba invitando personalmente a una expedición soñada: cruzar Campo de Hielo Sur, en Patagonia, algo que hasta entonces nadie había hecho de norte a sur. La idea era partir ese mimo verano hacia territorios inexplorados —por entonces era casi como ir a la Luna—, en un viaje que los tendría aislados del mundo durante dos meses y al que irían solo con un trineo, que arrastrarían junto a dos compañeros más: el glaciólogo inglés Jack Ewer y el chileno Eduardo García Soto.
Por entonces Marangunic tenía 23 años, estaba terminando la carrera de Geología en la Universidad de Chile y preparaba su tesis sobre el tema que lo ocuparía el resto de su vida: los glaciares. Así que la posibilidad de explorar en terreno los fríos e inmensos hielos patagónicos le hizo hervir la sangre rápidamente. Más aún porque, un año antes, junto a su amigo Eduardo García Soto, había hecho una aventura similar en esa zona: la primera ascensión del cerro O’Higgins, en Aysén. Justamente fue en ese viaje cuando se topó casualmente con Shipton, quien regresaba de un intento frustrado al volcán Lautaro. Es más, Shipton había considerado al cerro O’Higgins como una cumbre de extrema dificultad, por lo que quedó muy sorprendido con la hazaña que habían logrado estos dos jóvenes chilenos, a quienes de inmediato quiso incorporar a su equipo.
“Shipton organizaba y financiaba totalmente la expedición a Campo de Hielo Sur. Nosotros solo teníamos que aparecer con un plato, una cuchara, un calzoncillo de repuesto y un libro cuyas hojas se irían agotando conforme avanzaba la travesía, ya te imaginas por qué. Él estaba muy preocupado del peso, así que fue una expedición tremendamente liviana”.
Vía Zoom desde su oficina en Las Vertientes, Cajón del Maipo, Cedomir Marangunic Damianovic —“Chedo” para los amigos; 83 años, esquiador, montañista y explorador; eminencia de la glaciología en Chile— cuenta esta historia como si hubiese ocurrido hace unos pocos meses, y como si se hubiera tratado de un viaje de fin de semana. Pero la verdad es que no fue un simple paseo, sino una de las más grandes aventuras de su vida, que no hizo más que confirmar una pasión que había descubierto de niño en su natal Punta Arenas: ir hacia territorios abiertos y desconocidos, e intentar responder los enigmas de la naturaleza.
Hijo de inmigrantes croatas —su padre fundó la famosa Imprenta Marangunic en la ciudad austral—, Cedomir Marangunic pasó su infancia en la capital de Magallanes cuando los efectos del cambio climático todavía no se notaban en el planeta. “Yo nací en 1937 en Punta Arenas y por esos años, en invierno, algunas calles con pendiente se cerraban para que los niños pudieran tirarse en trineo de nieve”, recuerda. Claro que Marangunic no pasó toda su niñez allá. En 1948 regresó a Zagreb junto a su familia —a su papá, que era dirigente del Partido Comunista en Magallanes, le hicieron elegir entre irse a Pisagua o volver a Croacia, por la llamada Ley Maldita de González Videla— y allá terminó el colegio. Sin embargo, sus padres nunca se acostumbraron a la vida en la entonces Yugoslavia y volvieron pronto a Chile. De todos modos, sus años en Croacia fueron significativos: aparte de recibir instrucción militar en el colegio (“en esa época se temía una posible invasión soviética”, cuenta), fue en ese país donde Marangunic aprendió a esquiar y, como dice, “a gozar de la nieve y el hielo”. Además, allá constató lo bueno que era para las matemáticas, una capacidad que poco tiempo después, en 1956, le permitiría entrar sin mayores dificultades a la carrera de Ingeniería en la Universidad de Chile.
Sin embargo, al poco tiempo notó que algo le faltaba. “Me di cuenta de que lo que estaba aprendiendo era para un trabajo de oficina, y que me iba a pasar la vida detrás de un escritorio —recuerda—. Así que un amigo del liceo de Punta Arenas que me encontré un día me dijo: ‘A ti que te gustan los cerros, ¿por qué no te metes a Geología? Allí agarras una mochila, una carpa y saco de dormir y te vas a la montaña. Puedes estar perdido todo el tiempo y hacer lo que quieras’”.
Esa oferta —nuevamente— resultó difícil de rechazar. Así que Cedomir Marangunic, con los ojos brillando, siguió los consejos de su amigo y se cambió a Geología, una carrera que recién estaba partiendo en Chile. Tomada esa decisión, las grandes expediciones y los estudios en terreno de los glaciares serían un paso inevitable.
La ruta del hielo
Una vez en la Universidad de Chile, Marangunic se inscribió en la rama de esquí de esa institución y comenzó a competir en torneos de fondo que se realizaban en Lagunillas (“que por entonces también era muy bueno para esquiar”, dice) o en Farellones. Ganó varios campeonatos, pero poco a poco comenzó a preferir otro tipo de experiencias.
Como era buen esquiador, en septiembre de 1957 unos amigos lo invitaron a hacer el que sería el primer ascenso invernal —algo poco común en esos años— del cerro Negro en el Cajón del Maipo, en lo que terminó siendo su primera gran experiencia en alta montaña y, también, su primer contacto con los glaciares Olivares, que están justo en esa zona y de los cuales Marangunic ha sido uno de los principales investigadores. “A ese lugar hoy se le llama el ‘Campo de Hielo de Santiago’ y es un buen nombre, porque durante el período máximo de la última glaciación (hace unos 15 mil años) fue realmente un campo de hielo como el de la Patagonia”, dice Marangunic. “Pero hoy esa cubierta de hielo ha disminuido. Quedan algunos grandes y otros más pequeños. El Olivares Alfa, que es el que mira hacia el norte, tiene menos pendiente y recibe toda la radiación solar, se ha reducido tremendamente. En los últimos 25 años ha disminuido a menos de la mitad de su tamaño”. Pero antes de llegar a esa conclusión y estudiar las causas del derretimiento, ocurrieron muchas cosas en la vida de Marangunic. Quizás la más importante fue la de ese verano de 1959-1960, cuando conoció a Eric Shipton en camino hacia el cerro O’Higgins.
“Como yo era estudiante de la Universidad de Chile, la chiva para que me dieran permiso para ir a ese cerro era que íbamos a meternos en terrenos desconocidos y yo iba a aprovechar ‘mi gran experiencia geológica’ para hacer algo de geología y conocer los glaciares”, recuerda hoy entre risas.
Esa experiencia en terreno, más las siguientes travesías que haría junto a Shipton —por Campo de Hielo Sur (1960-1961), al monte Darwin (hoy monte Shipton) y otras cumbres de Tierra del Fuego (1962-1963), y la travesía del Campo de Hielo Norte y ascensión de los cerros Arenales y Arcos (1963-1964), entre otras— serían la base para presentar su tesis de grado como geólogo y convertirse luego en uno de los glaciólogos más destacados de Chile.
En 1964, de hecho, Marangunic ganó una beca para hacer un doctorado en Geología y Glaciología en la Universidad de Ohio y se fue a vivir a Estados Unidos. “Pero cuando volví a Chile, en 1968, me di cuenta de que era la única persona que trabajaba en glaciares”, dice. Convertido en el mayor experto en la materia en el país, Marangunic fue llamado para realizar un experimento inédito. Ocurrió que el año 1968 fue de extrema sequía, por lo que Endesa —a través de unos de sus gerentes, Sergio Kunstmann, que era un amigo montañista— le preguntó si había alguna forma de producir mucha agua para poner nuevamente en funcionamiento la planta hidroeléctrica. La respuesta de Marangunic fue contundente: para hacerlo, se podría acelerar artificialmente el derretimiento del glaciar Cipresillo.
“Lo hicimos pintando el glaciar de negro con aviones fumigadores para aumentar la tasa de fusión en un 40 por ciento”, cuenta. “Sin embargo, en abril de 1969 se largó a llover y no paró mas, lo que detuvo toda esa investigación de glaciares porque ya no era necesario. Un trabajo a ese volumen no se ha vuelto a repetir. Hemos hecho algunas pruebas en años posteriores con otras sustancias, y logramos mejorar incluso las tasas de fusión. Pero descubrimos también que cualquier producto actúa como una defensa contra la fusión que produce la radiación solar, como un paraguas que protege al glaciar, cuando se lo coloca en cantidades tales (centímetros de espesor) que forma una carpeta protectora”.
Si bien hoy es consciente de que este tipo de experimentos podría ser más cuestionado que en aquella época, cuando el cambio climático no era un tema extendido, Marangunic está convencido de que los glaciares deben ser manejados para prolongar su existencia. Precisamente en estos últimos años, ya como parte de los trabajos de su empresa Geoestudios —que fundó en 1982—, Marangunic ha ejecutado diversos proyectos al respecto, como la regeneración de glaciares con vallas para acumular nieve, e incluso el traslado de masas de hielo de un lugar a otro, labores que hizo para la División Andina, de Codelco.
“Instalamos vallas de madera para nieve, de 4 metros de altura, en un sector del valle de Barriga-Río Blanco y produjimos una acumulación de algo más de 4 metros de nieve, que persistía de un verano a otro formando un pequeño glaciar, cuando la precipitación promedio de nieve era de poco menos de 2 metros. Con eso demostramos que se podía generar un glaciar”, asegura. “También demostramos que se pueden trasladar y proteger glaciares. Con camiones mineros trasladamos algo más de 30 mil metros cúbicos de hielo a un sitio que habíamos preparado, lo cubrimos con suelo rocoso y mostramos que en ese lugar el hielo se derretía a una tasa del orden de 4 a 5 centímetros de hielo por año, mientras que en el lugar donde estaba (originalmente) lo hacía 15 centímetros por año. Redujimos la tasa de ablación en un tercio”.
Marangunic dice que todavía es muy poco lo que se ha hecho concretamente para proteger los glaciares en Chile. “En estos proyectos de ley que se han estado discutiendo, proteger glaciares se entiende como ‘se miran y no se tocan’, lo cual creo que es un error, porque los glaciares se están derritiendo, y aceleradamente, de manera natural”, afirma. “Si no hacemos algo para protegerlos, en algunas décadas muchos de los glaciares de la cordillera central van a desaparecer, y a fines de siglo prácticamente no va a quedar ninguno”.
Los glaciares hoy
Según Cedomir Marangunic, el derretimiento de los glaciares es inevitable. “Lo que se puede hacer es que persistan algunos en el tiempo, pero salvarlos a todos es virtualmente imposible”, afirma. “Actualmente, los glaciares de la Zona Central se están derritiendo a tasas de 1 a 3 metros al año, siendo que son glaciares que tienen profundidades medias de 40 a 60 metros. Eso significa que desaparecerán en los próximos 50 años. Los glaciares de la Patagonia, en cambio, todavía tienen para siglos o miles de años más”.
Para este experto glaciólogo, las principales causas del derretimiento no tienen que ver directamente con la acción del hombre —ni siquiera con la minería—, sino fundamentalmente se deben a efectos de la radiación solar, que es producida por movimientos astronómicos. “La aparición y extinción de glaciaciones durante el Cuaternario ha estado estrechamente ligada a los ciclos de radiación solar asociados esencialmente a las variaciones de la órbita terrestre alrededor del sol, lo que se llama ‘Ciclos de Milankovic’, por el investigador que relacionó esos eventos”, explica. “Según esos ciclos no debemos esperar un nuevo clima frío hasta unos 25.000 a 50.000 años más. Los efectos antrópicos (y su consecuencia, el calentamiento global) no han hecho más que acelerar el derretimiento natural de los glaciares”.
De cualquier modo, para Marangunic la escasez hídrica que supone la inminente extinción de los glaciares, sobre todo en tiempos de sequía y en sitios como la Zona Central, es preocupante. “En un año normal, el caudal medio del río Maipo, en el sector El Manzano, al pie de la cordillera en los meses de verano, es del orden de 150 metros cúbicos por segundo. De ese caudal, los glaciares aportan entre 15 y 20 metros cúbicos; el resto es lluvia o nieve que luego se derrite. Pero en años de sequía (como los que vivimos), el porcentaje del aporte glaciar llega al 60 por ciento y más. Es más de la mitad. Esa es agua que en decenas de años se va reducir significativamente y a fines de siglo va a desaparecer. En años secos vamos a tener un tremendo problema. Por eso no comparto eso de que los glaciares ‘se miran y no se tocan’, porque eso no es proteger algo que está en extinción. Si se consideran un recurso hídrico, debemos realizar acciones para protegerlos y mantener este recurso en el tiempo todo lo que logremos. Y debemos poder rellenar la ‘bolsa’ glaciar con nieve y hielo en los años en que las condiciones climáticas permitan hacerlo”.
EL LIMITE PENDIENTE
Hace unos días, Cedomir Marangunic publicó una extensa y detallada columna en el sitio El Líbero sobre el límite fronterizo que desde 1998 se mantiene pendiente entre Chile y Argentina, en la Sección B de la zona del Campo de Hielo Patagónico Sur, que él conoce como pocos. Según Marangunic, los argentinos ya tienen definido ese límite, tal como se aprecia en los mapas oficiales de la provincia de Santa Cruz o en su último inventario de glaciares, mientras que en Chile, la respuesta oficial es que ese tema todavía está pendiente. “Han pasado 22 años y la respuesta de la Difrol (Dirección Nacional de Fronteras y Límites del Estado de Chile) es que se está iniciando la confección de un mapa de escala 1:50.000 para definir ese límite”, explica. “Pero para empezar, ese mapa está obsoleto: hoy en día las imágenes satelitales permiten trabajar con mapas a escala 1:1.000 y se pueden hacer en pocos meses.
Los argentinos dicen que el límite ya está trazado y sus mapas muestran que es por donde ellos pretendían. Lo preocupante es que es un territorio de 1.500 kilómetros cuadrados, con atractivos turísticos de clase mundial como el conjunto de cumbres montañosas del grupo Cerro Torre, y con más de 135.000 millones de metros cúbicos de agua, el cual aparentemente se le entregó íntegro a Argentina y no quedó nada para Chile. Lo que dicen las autoridades suena más bien como una excusa para no reconocer un hecho que, creo, sería tremendamente repudiado por gran parte de la ciudadanía en Chile”.
TEORÍA. Marangunic es una voz disidente, pero muy respetada en la glaciología. Para él, la principal causa del derretimiento de los glaciares tiene que ver con la radiación solar y el movimiento de la Tierra, no con la acción del hombre. Este solo lo ha acelerado, dice.